Palimpsesto
Dentro de los cambios que trae y traerá Internet, cabe suponer que el concepto que más peligro corre es la idea de un autor que represente, con su nombre, el origen primero y absoluto de una obra de arte o una información, concepto, por otra parte, bastante moderno y discutible en la historia cultural del mundo.
Ya hace tiempo que los semióticos hablan de discursos que ocultan, entre sus palabras, innumerables discursos previos. Podría decirse que una obra discursiva no existe por sí sola, sino que es parte de un infinito discurso en el que cada texto tiene huellas de los anteriores y deja huellas en los siguientes. De esa forma, el concepto de autor original siempre fue, como mínimo, precario. Internet, con su particular capacidad de poner en escena toda clase de mitos, nociones y contradicciones culturales, nos proporciona varias ilustraciones prácticas de la delgadez de ese concepto de autoría. Los wikis, por ejemplo, esos sitios web en los que los usuarios pueden añadir, quitar o editar de cualquier manera el contenido, no son más, en realidad, que una aplicación autorizada de la apropiación de la obra por parte de sus destinatarios. En un paso más allá, el interesantísimo músico Beck, que considera que el futuro de un álbum musical pasa porque tanto artistas como público lo escuchen, lo desarmen y lo reconstruyan, empezó concretando su idea en el disco múltiple (o infinito) Güero y ahora sueña con poner un álbum en Internet para que los oyentes lo mezclen y lo editen. En los primeros siglos de nuestra era, y con el objetivo manifiesto de ahorrar superficie de escritura (pero también como modo de censura), algunos textos se borraban y se les escribía otros encima, en una técnica llamada «palimpsesto». Los discursos que circulan en Internet pueden entenderse como un gran palimpsesto en proceso constante e interminable de reescritura, donde el autor es una entelequia y la obra sólo está lista, y precariamente, en el momento de la escucha.
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