CAMPANAS TUBULARES
En 1973, cuando las ominosas campanas tubulares de Mike Oldfield hicieron su aparición en el mundo sonoro, muchos escuchamos su sonido con una expectativa inocente y maravillada. Oldfield –que en realidad usaba muchos instrumentos tradicionales-- parecía estar abriendo un universo musical nuevo, atributo de superhombres que disponían de una tecnología casi mágica. El disco Tubular Bells sonaba pletórico y extraterreno, y junto con algunos ejemplos de su obra posterior, Oldfield parecía completar un rompecabezas de misterios y prodigios en el que también hacían sus aportes grupos como Yes, Genesis, Emerson, Lake & Palmer y otros prohombres de lo que se dio en llamar música progresiva. Dentro de ese panorama formado por estos supergrupos, Oldfield parecía anticipar, junto con Tangerine Dream, un paisaje futuro de música electrónica, invocando sonidos nuevos e inexistentes y virtualizando a través de innumerables y dificilísimos telemandos la interpretación física y sanguínea de los instrumentos. ¿Alguien sabía qué eran esas "campanas tubulares"? Pocos, seguramente. Era más bonito, más fácil, más épico, creer que se trataba de alquimia musical, un producto de la imaginación del gran creador.
Treinta años más tarde, Oldfield lanza una "Regrabación" de Tubular Bells, que además viene con un ridículo y olvidable DVD. Para completistas, hay una caja con todas las ediciones de esa obra (hubo tres, sin contar esta regrabación). Oldfield toca todo de nuevo, exactamente igual, con instrumentos similares y, seguramente, más comodidades para grabar y mejor sonido. Hoy, el futuro de por lo menos esa rama de la electrónica quedó absorbido y vulgarizado por la New Age; la música de superhombres y semidioses fue brutal y saludablemente derrocada por el punk y luego reciclada acorde a los tiempos que corren y absorbida por las leyes del mercado. Esta nueva edición de Tubular Bells, cuyos sonidos ya no sorprenden a nadie y ni siquiera tienen la pátina sepia de lo anticuado, sólo puede entenderse como una parodia posmoderna, una especie de gran chiste de Oldfield. Una vez más, los sueños fastuosos del pasado se reducen a esta realidad módica del presente, los colores extrasensoriales ahora se ven por la televisión, y la invocación a la inocencia perdida que algunos oirán en los entresijos barrocos de Tubular Bells tiene un regusto agrio.
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