NEW AGE: COMO QUIEN OYE LLOVER
Lo que para algunos es una “dulce conspiración”, para otros una amenaza a las religiones establecidas, una suerte de ocultismo benigno, y para muchos más sólo un conjunto de pautas de consumo “inteligente” con una pátina de búsqueda individual del bienestar y de conexión “holística” con el “cosmos”, la New Age es un fenómeno cambiante e inasible. Es probable que tenga que ver con la pérdida de eficacia de los grandes relatos (las ideologías, la religión) para explicar el mundo y el desamparo consiguiente, y también con los temores milenaristas, las amenazas terribles de un milenio que al igual que el siglo XX, parece no querer acabar nunca.
Como un comienzo impreciso de definición, podría decirse que la New Age (o nuevo paradigma) es un vasto movimiento colectivo que se desarrolló tanto en Europa como en los Estados Unidos, basado en la espera de una nueva “Era de Acuario”, con una concepción holística y global de la realidad como un ecosistema de relación equivalente y unitaria con lo divino. Como práctica de consumo (y también en otros niveles) es posible relacionar la New Age con la globalización, en el sentido de que ambas cosas comparten una apreciación cortés y superficial de las culturas alternativas (o políticamente periféricas) para luego absorberlas en una visión, en el fondo, absorbente y etnocéntrica. Lo mismo pasa con la música, como lo testimonian algunos de sus subgéneros (New Flamenco).
Como la ideología que la sustenta, que toma superficialmente lo que le conviene de otros credos y sistemas filosóficos, la música New Age se convierte en algo multiforme que lleva a confusiones. Durante mucho tiempo, las novedades como los sonidos ambient de Brian Eno, el minimalismo textural de Philip Glass, o el atmosférico jazz de Oregon caían bajo esa denominación. Pero la New Age es otra cosa, y su imprecisión estilística se contrapone a una precisión objetiva: un medio, un camino de unión, de meditación. Parece que todo empezó con las grabaciones instrumentales y solistas George Winston y William Ackerman para el sello Windham Hill (hoy máximo exponente del género). La revista Billboard, al no saber qué etiqueta ponerle al disco de Winston, lo definió como New Age. Winston empezó a producir más discos similares y la cosa creció. En la actualidad hay alrededor de 200 sellos discográficos en los EE.UU. solamente que se dedican a este género. Muchos sostienen que la New Age como ideología filosófica está acabada; incluso varios de sus pioneros han renegado de ella; lo que queda es el producto de consumo, el negocio.
“Música de ascensores, “empapelado auditivo”, la música New Age es fácil, sin aristas, sin desafíos, armonía pura, arritmia, muchas veces sin melodía, un fluir que no altera el entorno ni interrumpe el pensamiento. Cierta literatura new age presenta postulados “científicos” bajo la forma de novela, es decir, la misma insistencia en el fluir de la narración y en el no pensar. Pensada con un objetivo claro, la meditación, con sus concomitantes ampliaciones de la conciencia y fusión con el entorno, la música new age deja de ser un objeto de creación artística para convertirse en algo utilitario, una especie de electrodoméstico. Así, dan más o menos lo mismo los cantos gregorianos electroactualizados, las reversiones light de Bach, los sonidos seudoétnicos de Kitaro o Liebert que los cantos de pájaros o las olas de mar. La música New Age, finalmente, se escucha como quien oye llover.
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