Wednesday, February 28, 2007

ME VOLVIÓ A PASAR: A GOZAR LA REPETICIÓN

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y eso no es todo. Los pueblos que no aprenden de su historia están condenados a repetirla.

Esta última afirmación nunca me convenció demasiado. De hecho, tiene todos los elementos para que me moleste: la idea de «pueblo», que me parece un poco masificadora, en especial tan cerca de los conceptos de «aprender» y de «condena»; pero lo peor es ese aire sentencioso que tiene, que ubica al que la pronuncia en un lugar de superioridad moral, en un irritante «yo te lo dije» mientras uno está en el suelo, habiéndose tropezado con la proverbial piedra de la primera frase. Y, justamente, sé que eso de la piedra es mentira, por lo menos, lo es su aplicación práctica. El hombre no es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Hay otros.

Yo tenía una gata que siempre se quedaba atrapada en el mismo lugar, una y otra vez, algo que se supone que no debería ocurrir. Lilu (que así se llamaba, en homenaje a Milla Jovovich en El quinto elemento) saltaba por encima del pasillo hacia la casa del vecino, cruzaba toda la terraza e iba a parar a otra terraza, de una especie de garaje abandonado, donde se metía debajo de unas maderas muy pesadas y se quedaba atrapada. Entonces comenzaba a chillar y su madre, Nina, venía a buscarme, también chillando y yo sabía que otra vez tenía que treparme por los techos e ir a buscarla.

Esto ocurrió en reiteradas ocasiones. En una oportunidad, siguiendo el consejo de expertos, la encerré durante quince días porque, al parecer, de esa manera perdería la orientación y tendría más cuidado en sus exploraciones. Pero el día dieciséis todo volvió a pasar. Lilu desapareció, comenzó a chillar, Nina vino a buscarme, y yo volví a treparme por los techos al rescate de mi gata mientras pensaba, con cierta aprensión, que Buenos Aires no era una ciudad para ir saltando y sorprendiendo a los vecinos, con los robos y paranoias que había. Me vestía con ropa clara, como para que no pareciera que me estaba escondiendo, y en algunos casos pedía permiso a los vecinos, pero en algún rincón de mi mente siempre estaba el muy realista temor de que me confundieran con un ladrón y me pegaran un tiro. Una muerte realmente estúpida, todo por una gata.

Yo creo que los acontecimientos que se repiten tienen una especie de encanto oculto, y que se encuentra, paradójicamente, en lo que tienen de distintos. Aquello del río de Heráclito. Como en el jazz, la repetición proporciona una especie de contexto familiar donde pueden ocurrir cosas interesantes, abrir espacios distintos, nuevas maneras de ver las cosas. En el caso de Lilu, el contexto estaba claro: la gata siempre iba a parar debajo de la misma madera, y yo ya conocía bastante bien el camino, que no era nada fácil, porque tenía que subir a la terraza del vecino desde el interior de su casa, y de allí salvar una reja y pasar al otro lado, a la terraza llena de hierros oxidados y otros elementos cortantes del garaje abandonado.

Un día, algo cambió esa situación: los vecinos se habían ido de vacaciones y no podía subir a su terraza. Entonces tuve que buscar otras variantes y, acompañado de mi mujer, golpeé a la puerta del garaje abandonado, que de pronto no estaba tan abandonado, porque se oían voces.

Eran cinco o seis tipos, todos de aspecto bastante patibulario. Esto no es una metáfora. Tiempo más tarde, cuando en ese garaje habían puesto una maravillosa parrilla clandestina en la que comía todo el barrio, incluyendo los policías de la seccional cercana, recibí el llamado de una amiga que me comentaba que mi casa estaba saliendo por la televisión. En realidad, toda la cuadra era escenario de un cinematográfico operativo en el que varios patrulleros se llevaban detenidos a varios piratas del asfalto cuyo aguantadero era, justamente, el garaje en cuestión. La parrilla, sorprendentemente, siguió funcionando un tiempo más. Pero ésa es otra historia.

Aquella vez, los cinco o seis tipos mal entrazados nos miraron muy raro cuando junto a mi mujer, y con mi sonrisa más estúpida, les pedí permiso para subirme al techo a buscar a mi gata. Por alguna razón, decidieron colaborar: me trajeron una escalera sumamente inestable y la sostuvieron mientras yo subía y mi mujer, al cuidado de esos señores, me miraba con cara de terror. La situación había tomado un cariz de lo más inquietante; incluso oí que uno de ellos comentaba, con cierta incredulidad, mi valentía al subirme a una escalera tan floja. Una vez que pude sacar a Lilu de debajo de la misma, sempiterna madera, tuve que bajar con ella, y, mientras la gata me arañaba toda la espalda, yo me sentí, en cierta manera, hermanado con esos piratas del asfalto que sostenían la escalera para que no me matara. Todo terminó más o menos bien, con los tres –la gata, mi mujer y yo— sanos y salvos y, por suerte, mis vecinos no tardaron en volver de sus vacaciones; tiempo más tarde, mi gata encontró otros lugares, más inaccesibles, en los que perderse. Las cosas suelen ser así. Pero siempre pienso que si no fuera por la puerta abierta por la repetición, nunca habría entrado en contacto, por fugaz que fuera, con ese otro mundo, el que se ocultaba en ese garaje que parecía abandonado.

Es que hay «gozo en la repetición», decía Prince. Y es fácil intuir de qué habla la canción que lleva ese título aunque no sepamos la letra. Pero detrás de eso hay algo más, y ese placer sensual de un acto que se repite tiene que ver tanto con la acumulación y el crescendo como con la familiaridad. Una situación que ya hemos vivido y que se superpone, en el presente, al recuerdo de esa situación, dándole una densidad nueva. Justamente como en esa repetición constante de las cuatro notas de A love supreme de John Coltrane que parecen una invocación a dioses poderosos y terribles, o como el placer puro de esa frase reiterada de So what de Miles Davis, que siempre parece anunciar algo nuevo y nos vuelve a arrojar al mismo río que, sin embargo, no es el mismo.

Tal vez uno de los peores casos de repetición insalubre es ése que nos hace sentir estúpidos, que nos refriega brutalmente en la cara la verdad de que muchas de las cosas en las que creemos son totalmente infundadas y de que, para peor, en el fondo ya lo sabíamos. Las cosas, otra vez, nos salen mal. Un amigo mío, por ejemplo, cree en la computación como una ciencia exacta. Baja religiosamente todos los service packs y patches del windows xp y actualiza sus antivirus y antispyware. Aún así, siempre le ocurre lo mismo: intempestivamente, en medio de alguna operación complicada y prolongada, la máquina se tara, aparece la pantalla azul de la muerte y luego todo se pone negro. En cada una de esas ocasiones, el mundo de mi amigo se paraliza: puede pasarse días sin dormir, sin comer, formateando y reinstalando, hasta que la computadora vuelve a arrancar, siempre con alguna pérdida esencial de datos. Yo lo he visto antes, durante y después de una de esas largas sesiones de reparación, mezcla rara de meticulosidad científica y supersticiones arcanas, con los ojos rojos y hundidos y una sonrisa nerviosa, tratando de hablar de otra cosa. Creo que algún día se volverá loco.

Claro que entre todas esas repeticiones malsanas la que suele figurar en mayor medida en la literatura y en las canciones es, incluso más que las adicciones, el amor. «Jamás volveré a enamorarme», cantaban los Carpenters (y tantos otros, pero prefiero a los Carpenters), mientras uno, adolescente, sí se enamoraba con esa voz perfecta de la anoréxica Karen, sin prestar atención a la letra de Hal David que hablaba de ilusiones rotas, lágrimas y dolor infinito. En la mayoría de esas canciones, sin embargo, siempre se dejaba abierta la puerta a la optimista imposibilidad de no volver a enamorarse. En I wish I were in love again, por ejemplo, Ella Fitzgerald, que extraña tanto los besos como los mordiscos, prefiere pasar de nuevo por las noches sin dormir, las peleas cotidianas, el odio, la mentira y el engaño a estar tranquila y cuerda; incluso, en una frase que hoy en día pondría los pelos de punta, afirma echar de menos «el ojo en compota». Mientras que en Taking a Chance on Love, Tonny Bennett (entre otros) vuelve a oír las trompetas, la mirada se le embelesa y se dispone a caer otra vez en las redes de la pasión. Hay, por supuesto, otra forma de ver las cosas, como el aplomo con que el personaje del bolero Tú volverás desgrana las leyes de la vida, la biología y el amor: «Tú volverás porque me quieres, has de volver porque sin mí te mueres; has de volver porque tiene que ser, lo juro yo; que al fin eres mujer». En cualquier caso, para bien o para mal, el amor, como la pantalla azul de la muerte del Windows, también parece incomprensible e inevitable.

Un hombre va todos los domingos al mismo bar, que al principio eligió porque ahí tenían los diarios. Pero la razón no tardó en ser otra: la belleza extraordinariamente sutil de la chica que está al otro lado de la barra. Todos los domingos, nuestro héroe, mientras piensa que sólo él se da cuenta de que esa mujer encarna la perfección, va armando y desarmando estrategias (fantasiosas, heroicas, impracticables) para acercarse a ella. Esta situación se prolonga a lo largo de dos años: más de cien domingos. Pero un día algo cambia. El mozo le trae el café antes de que él se lo pida, y él, sorprendido, mira a la barra, desde donde aquella mujer perfecta le dice: «Querías un café, como siempre, ¿no?». Él se siente atrapado y no puede dejar de sonreír. El domingo siguiente ella le trae el café personalmente, y él, a pesar de que creía que estaba grande para esas cosas, siente que las pesadas ruedas entran nuevamente en movimiento, que el engranaje vuelve a ponerse en marcha. Una vez más, como le ocurre a Tony Bennett, suenan las trompetas, y él decide olvidar su historia y condenarse a repetirla, anular esa molesta sensación de que esa película ya la vio, de figurita repetida, de que otra vez sopa.

Publicado originalmente en la revista La mujer de mi vida, año 4, Nº 32. http://www.lamujerdemivida.com.ar/index.php?ediciones/032/hojman.html

Sunday, February 25, 2007

Navegando sobre la ola de lo posible

En junio de 1977, Robert Fripp, una de las figuras más complicadas e interesantes del lado intelectual del rock, estaba, según sus propias palabras, «navegando sobre la ola de lo posible que aún no se ha escrito». Después de la disolución de King Crimson, Fripp se reunió con un equipo impresionante de músicos, como Phil Collins, Brian Eno, Peter Gabriel, Tony Levin y Daryl Hall, un vocalista extraordinario (tal vez una de las mejores voces del rock norteamericano de las últimas tres décadas) que dejaba languidecer su talento en el soul blanco, fácil e hipercomercial del dúo Hall & Oates. Pero las cosas estuvieron lejos de ser armónicas. A mitad de la grabación, una pelea entre Fripp y el manager de Hall dio como resultado que sólo se pudieran incluir dos de las siete canciones a las que Hall había aportado su voz. Fripp, un hombre con una visión muy personal y estricta de la creación musical, no consideraba que un simple cambio de vocalista solucionara las cosas. En un período de casi dos años, rehizo el concepto musical del disco, incorporó al cantante Peter Hammill, cuya voz extremada y ríspida estaba en su mejor momento y, en el caso de la canción «NY3», reemplazó la letra cantada por Hall por una grabación clandestina de una violenta discusión familiar de sus vecinos.
El resultado fue Exposure, lanzado en 1979 y una absoluta obra maestra, torturada, subterránea y al mismo tiempo impecablemente vital. Mientras el punk buscaba la disolución de las formas vacías y el rock progresivo se convertía en una mala palabra, Fripp abrevaba tanto en la estética seca de Godard como en la aridez de la vida neoyorquina para hacer una música que oscilaba, sin perder jamás el paso, entre el rock más poderoso y agresivo, surrealismos auditivos con sobregrabaciones y cortes, y baladas de una belleza casi dolorosa. La voz de Hall nunca sonó tan dulce y compleja como en «North Star», por ejemplo, y Peter Hammill carga «Chicago» de una agresividad herida que resume todo el angst de una Nueva York repleta de bolsas de basura y una época sin esperanza, mientras la cantante Terry Roche pasa de la placidez al grito desnudo y desesperado en «Exposure», una canción difícil de escuchar sin estremecerse, y Peter Gabriel emociona en «Here Comes the Flood». El disco Exposure de Robert Fripp acaba de salir en España en una reedición indispensable de 2 CD; el primero tiene la versión que se grabó en nuestra mente para siempre en 1979, con Daryl Hall en sólo dos temas. El segundo contiene las grabaciones originales de Hall en siete canciones y algunos temas extra. Pocas veces una reedición trajo tanto goce y descubrimiento.
Publicado en la sección música del suplemento cultural ABCD En Las Artes y en las Letras - Agosto 2006

Thursday, February 22, 2007

PANDORA Y LOS GENES DE LA MÚSICA

Desde hace un tiempo, los asiduos a la música y a internet se han encontrado con una novedad, transmitida a través del boca a boca virtual de los e-mails: el Music Genome Project, resultado de unir, gracias a este medio proteico e inasible que es internet, las antiguas recomendaciones de discos de toda la vida con el audaz concepto de un genoma musical. Con un par de clics en el sitio www.pandora.com se puede colocar una radio en el ordenador de cada uno que recomienda canciones de acuerdo a los gustos del usuario. El funcionamiento es muy simple: creamos una «emisora» llamada, digamos, Miles Davis (podemos crear hasta cien). Pandora, el sugestivo nombre del sistema, deduce que lo que queremos escuchar es una música con secuencias de acordes de piano, influencias del swing, progresiones armónicas y melodías angulosas. A partir de allí, en la radio que acabamos de crear sonarán Stan Getz, Gerry Mulligan, Tina Brooks y unos cuantos temas de, claro, Miles Davis. En una nueva emisora que podemos crear, llamada, por ejemplo, Massive Attack, escucharemos canciones que compartan las siguientes características: influencias electrónicas, síncopa suave, una buena cantidad de composición instrumental y un énfasis en la producción de estudio, como los temas de The Lightning Seeds, Snow Patrol o Bjork. Según Savage Beast, la empresa californiana creadora del proyecto musical, es posible aislar «genes», o atributos musicales, en los temas o artistas escogidos para luego buscarlos en otras canciones. Entre estos «genes» se encuentran las características melódicas, armónicas, rítmicas, la instrumentación, las letras e incluso los fraseos de los cantantes o criterios más complejos como el grado de armonía cromática. Después de haber clasificado cientos de estos genes y de haber escuchado alrededor de diez mil artistas, los responsables del proyecto, que se presentan como músicos y técnicos amantes de la música, afirman haber realizado «la taxonomía más sofisticada de información musical» que existe. Más allá de las grandilocuencias del caso, el principal atractivo de Pandora es que se parece a una radio cuyo programador es nuestro amigo, aquel que tiene una discoteca inmensa y siempre nos recomienda música que sabe que nos va a gustar. «Si te ha gustado esto, te gustará esto otro» es el mensaje reconfortante de Pandora.
Poniendo en escena el carácter incontrolable de la internet, Pandora parece anunciar la muerte del marketing tal y como lo conocemos. Las canciones no siguen criterios como la popularidad, el aspecto físico o siquiera el sexo del artista. Madonna, por ejemplo, cuya música caracteriza como «con influencias electrónicas, sutil uso de las armonías vocales, suave síncopa rítmica, tonalidad en clave menor y sonoridad sintética» puede derivar en artistas más oscuras como Kinnie Starr o Gwen Stefani o en grupos como Eurythmics o Tears for Fears. Las no desdeñables probabilidades de error de este sistema tienen su contrapeso: con un sistema bastante sencillo, basado en flash, uno puede añadir artistas o temas a las radios ya elegidas, o incluso aprobar o desechar las sugerencias de Pandora, que va corrigiendo el rumbo a medida que avanza. Pandora tiene, por otra parte, sus limitaciones. Su base de datos se centra mayormente en el pop americano. No sabe quiénes son Charles Aznavour, Joan Manuel Serrat, ni Astor Piazzolla. Remite a los usuarios de música clásica a otras páginas de internet (como http://kuatfm.org/classical.cfm) y, asegurando que ya está trabajando en ello, deja la música latina para más adelante.
Según el mito griego, Pandora, la primera mujer de la Tierra, fue creada por Zeus para castigar al hombre a través de sus encantos, lo que hizo abriendo, movida por la curiosidad, la caja de todos los males. Algunos de los interrogantes que despierta este sistema recuerdan bastante aquella historia. Por ejemplo, la filosofía que se oculta detrás de este servicio tan cómodo y tan atractivo (y, por ahora, gratuito): la música explícitamente separada, más que nunca, de su autor, de las circunstancias de su creación, de la época que voluntaria o involuntariamente refleja. La canción como producto terminado, utilitario e intercambiable por cualquier otro que tenga los mismos «genes», en una especie de tiranía compartida entre Pandora y el usuario, donde el artista es el gran olvidado. En definitiva, los ideólogos del Music Genome Project pueden haber asestado una herida letal al marketing, pero su concepción es totalmente mercantil. Respetuosos de los copyrights, el programa no permite grabar los temas en el ordenador y ni siquiera escucharlos varias veces seguidas y ofrece links para comprarlos.
En realidad, la idea de una base de datos musical no es nueva y Pandora es, en muchos aspectos, una trivialización de un proyecto más antiguo y más ambicioso. A partir de 1960, Alan Lomax, famoso folklorista americano, responsable de haber grabado a Leadbelly, Woody Guthrie y Jelly Roll Morton, entre otros, dedicó los últimos treinta años de su carrera a The Global Jukebox, un proyecto que, a través de un sistema de notación musical llamado «cantométrica», serviría para comparar miles de estilos diferentes e incorporar decenas de miles de ejemplos. Pero donde el objetivo de Lomax era ampliar la percepción musical del público, pasando de lo comercial y conocido a lo oscuro y olvidado, y luchar contra la comunicación como un monopolio, el de los ideólogos de Genome parece ser, finalmente, abrir y explorar nuevos nichos de venta. El orden de las canciones no parece seguir progresión alguna, sino ciclos azarosos, circulares y muy limitados, lo que genera bastantes repeticiones y se aleja mucho de cualquier idea de aprendizaje o de ampliación de conocimientos. Tampoco es que les interese demasiado. «En una industria en la que el tres por ciento de los lanzamientos generan el 80 % de las ganancias» declaró Tim Westergren, fundador del proyecto, Genome puede recuperar «gran parte de todos esos beneficios perdidos». Finalmente, y más allá de la fascinación que Pandora despierta, todo es cuestión de mercado.

Saturday, February 17, 2007

¿QUÉ ES EL CHILL OUT?

En la historia de los géneros, estilos y subdivisiones musicales, tal vez ese extraño fenómeno llamado chill out destaque, precisamente, por no querer destacar. Afectado de una modestia intensa, casi incómoda, el chill out (en inglés, una referencia a la calma, a la tranquilidad, al relax) es, más que un estilo musical con características propias, una zona, una situación, un «área de descanso». Su música, emparentada con la New Age pero sin pretensiones trascendentalistas, comparte demasiados rasgos con otros subestilos llamados ambient, downtempo o trip-hop como para reclamar identidad alguna. Por otra parte, recoge bulímicamente lo que necesita de casi todo lo demás, desde estilos más próximos como el acid jazz y la fusión étnica hasta géneros improbables como la ópera, el flamenco y el tango. Ante tan expansivo espectro, no es de extrañar que sus intérpretes se multipliquen al infinito, y que incluso se asigne el dudoso prestigio de artista chill out a músicos más personales como Bjork, Chemical Brothers y hasta Pat Metheny. De hecho, su carácter de música «útil» permite que ese nombre pueda aplicarse a cualquier tema musical donde la atmósfera, el clima o el ambiente sean sus características dominantes, en oposición al ritmo o la melodía. Esta dispersión genera unos cuantos problemas a la hora de caracterizar esta música de una manera separada de su utilización práctica: el chill out más que un estilo, es una herramienta: música para relajarse, para el living, como oposición a las tensiones del trabajo o de la pista bailable. Tempos suaves y tranquilos, sin sobresaltos, con acordes ostinados y melodías sin sorpresas ni estridencias. Y, finalmente, más que los artistas, y sus obras de calidad disímil, en realidad los verdaderos protagonistas de este estilo sin nombre propio son los compiladores, como Bruno from Ibiza u otros de los responsables de las conspicuas recopilaciones de Café del Mar, un bar ibicense donde se hace culto a la puesta del sol, cuyos discos se han vendido por millones y han servido de banda sonora a proyectos culturales dudosos como el Fórum de Barcelona y también al CD-ROM realizado por el gobierno de España para resumir su presidencia de la Unión Europea.
Si bien el término chill out apareció a mediados de los noventa para englobar varios subgéneros caracterizados por esos tempos lentos y sonidos suaves, algunos relacionan el origen de la idea a la concepción «ambientalista» de Brian Eno para su (este sí) excelente disco Ambient 1: Music for Airports, que él definió como «música para inducir calma y generar un espacio para pensar». En realidad, el carácter proteico, multiforme y despreocupado del chill out permite que se lo relacione tanto con los cantos gregorianos que tan de moda estuvieron hace unos años como con los intentos minimalistas de Philip Glass, la «música mueble» de Erik Satie o las rupturas de John Cage. Pero mientras todos estos artistas planteaban una búsqueda seria y vital de una nueva manera de entender su arte, el chill out es una música intercambiable, blanda y descartable, relacionada, en su filosofía o falta de ella, con otros sonidos igualmente flojos y sacarinados como la música lounge (música de bares, casinos y hoteles) o la easy listening (música fácil de escuchar), de algunas décadas antes. Hoy en día, alrededor de discotecas londinenses como Ministry of Sound, ahora sello discográfico, o de la escena ibicense de música electrónica para después del baile, el chill out se presenta, más que como una música, como una cultura sensorial, o espacial, donde los cinco sentidos reciben una especie de mimo constante, entre relajante y entumecedor. Con inmensos festivales como el británico Big Chill, que se celebra desde 1995 y que incluye desde formaciones musicales hasta espectáculos visuales, masajistas y terapias alternativas o el Sensomusic, que se celebró este verano en Madrid con motivo del 25 aniversario de Café del Mar, la música y la cultura chill out avanzan lenta pero inflexiblemente, como el agua blanda, creando, con sus sonidos acolchonados, esponjosos y débiles, la banda de sonido de un universo repleto de amaneceres eternos y carente de las tensiones de la vida.

IMPERIO INCA 1.0

En Perú primero y ahora en Bolivia, Microsoft, como parte de un plan de resonancias ominosas llamado «inclusión digital», presentó una traducción al quechua tanto del sistema operativo Windows como del paquete Office. Muchos se llenaron la boca anunciando que la iniciativa, que según Bill Gates «beneficiará» a casi tres millones de usuarios, era gratis. En realidad no es así: se trata de una modificación gratuita para aquellos que sean propietarios de una copia «legal» de los programas en cuestión. No es por hablar mal, pero uno sospecha que en esos países, como en muchísimos otros, los usuarios «legales» no son tantos; por otra parte, ya hubo algunos cuestionamientos a la idea por parte de los interesados: el quechua o runa simi, lenguaje del imperio Inca y que hoy, al parecer, hablan diez millones de personas en Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador, Argentina y Chile, es en realidad una familia de más de cuarenta lenguajes o dialectos, con códigos más o menos disímiles, y que comparte muchas de sus características con el aymará. Si bien hay universidades y profesores honestos implicados en el proyecto, todo esto suena más bien a una especie de juego político de seducción, al que difícilmente Microsoft se habría sometido si no lo considerara necesario.
Aún así, por más que finalmente el capitalismo salvaje, como siempre, termine triunfando, esta ceremonia un poco genuflexa, en acto solemne de encorbatados ejecutivos de windows ante representantes quechuas y la participación estelar de Evo Morales, el presidente de los idiosincrásicos jerséis y chaquetas de cuero, no deja de tener su gracia. Morales tiene en vilo a las potencias con sus desplantes petrolíferos y uno de los empresarios más importantes del planeta traduce su producto al quechua. Detrás de todas las trampas, puede haber un mensaje esperanzador sobre las grietas y las fisuras del poder.

Friday, February 16, 2007

ARTÍCULOS A LA DERIVA

Más allá de las intenciones originales del autor, un mismo artículo, lanzado en las procelosas aguas de la red, puede utilizarse para casi cualquier cosa. Desde que los medios tradicionales reproducen sus contenidos en páginas web y en especial a partir del advenimiento de los blogs y la irritante tendencia de algunos de ellos de convertirlo todo en un gigantesco hipertexto, los artículos circulan sin control y se posan en destinos tan azarosos como arbitrarios. Notas mías publicadas en este suplemento han aparecido, a veces hasta con el mismo formato con el que los colgó el diario en la red, en páginas de exiliados cubanos, en asociaciones anti o pro piratería, en círculos feministas, en páginas de estudios religiosos, en foros de jazz, en crípticos blogs de amplio aliento filosófico y en sitios de análisis económico y empresarial, por citar sólo a algunos, sin aviso ni pedido de autorización ni al autor ni al periódico, tanto proporcionándome un honor a veces dudoso como sumiéndome en el desconcierto de la caprichosa miríada de interpretaciones que pueden generar esas palabras lanzadas a la deriva, lejos, tan lejos del cometido con que fueron escritas.
Nada de malo hay en ello: mediante este proceso, internet nos devuelve, por fin, la lectura como objeto, nos pone ante el efecto concretizado, nos permite vislumbrar algunos de los desvíos o caminos posibles, de las reflexiones y los reflejos, que un pensamiento redactado puede adoptar para los demás. Si hacemos un esfuerzo por no detenernos en el riesgo inevitable de la tergiversación, los autores de esas notas reinterpretadas y desviadas hacia otros objetivos reciben un privilegio tan fascinante como ominoso y tan deseado como temido: estar frente a frente ante la mirada del lector, ese otro que creíamos inexistente.

PREDICCIONES IMPRECISAS

En el año 2007 todos estaremos muy preocupados por la cuestión del calentamiento global e internet será uno de los principales foros para discutir sobre esta cuestión. Mientras tanto, el Ministerio de Cultura ideará otro anuncio contra la piratería y las descargas ilegales en el que, una vez más, tratará de idiotas a la mayoría de la población. En el año 2007, una intensa campaña de Windows intentará imponer por todos los medios su nuevo Vista y fomentar las adicciones a las nuevas tecnologías, sin advertirnos de que el Vista llevará, desde su misma concepción, las semillas del mal que lo destruirá (y que no será la piratería). En el 2007, volveremos a darnos cuenta de que ni los ordenadores ni, para el caso, los coches o las neveras, están hechos para durar. Las discusiones al respecto llenarán blogs y foros a tal punto que superarán las preocupaciones sobre el calentamiento global, salvo que al planeta se le ocurra explicarnos que él sí está hecho para durar pero los humanos no. La realidad, a través del prisma de la red, tendrá cada vez más la rugosidad y la indefinición de la vida, pero con la distorsión de la subjetividad absoluta, lo que la volverá algo más interesante.
En el mundo de la calle seguirá habiendo avalanchas los días de rebajas y Barcelona discutirá sobre la iluminación navideña. En Internet, un comando ocupa virtual asaltará las propiedades compradas virtualmente en Second Life, y algunos de sus elementos más radicales propondrán el secuestro de los nuevos millonarios virtuales. A alguna empresa inescrupulosa se le ocurrirá emitir seguros para esas propiedades, y todos seguirán ganando dólares virtuales y reales. Mientras tanto, los ayuntamientos reales pretenderán resolver todos los problemas instalando redes wifi gratuitas como si de pesebres navideños se tratara. Habrá menos pan y más circo, y descubriremos, en internet, que nuestra capacidad de sorprendernos tampoco parece estar hecha para durar.

Thursday, February 15, 2007

CAMPANAS TUBULARES

En 1973, cuando las ominosas campanas tubulares de Mike Oldfield hicieron su aparición en el mundo sonoro, muchos escuchamos su sonido con una expectativa inocente y maravillada. Oldfield –que en realidad usaba muchos instrumentos tradicionales-- parecía estar abriendo un universo musical nuevo, atributo de superhombres que disponían de una tecnología casi mágica. El disco Tubular Bells sonaba pletórico y extraterreno, y junto con algunos ejemplos de su obra posterior, Oldfield parecía completar un rompecabezas de misterios y prodigios en el que también hacían sus aportes grupos como Yes, Genesis, Emerson, Lake & Palmer y otros prohombres de lo que se dio en llamar música progresiva. Dentro de ese panorama formado por estos supergrupos, Oldfield parecía anticipar, junto con Tangerine Dream, un paisaje futuro de música electrónica, invocando sonidos nuevos e inexistentes y virtualizando a través de innumerables y dificilísimos telemandos la interpretación física y sanguínea de los instrumentos. ¿Alguien sabía qué eran esas "campanas tubulares"? Pocos, seguramente. Era más bonito, más fácil, más épico, creer que se trataba de alquimia musical, un producto de la imaginación del gran creador.
Treinta años más tarde, Oldfield lanza una "Regrabación" de Tubular Bells, que además viene con un ridículo y olvidable DVD. Para completistas, hay una caja con todas las ediciones de esa obra (hubo tres, sin contar esta regrabación). Oldfield toca todo de nuevo, exactamente igual, con instrumentos similares y, seguramente, más comodidades para grabar y mejor sonido. Hoy, el futuro de por lo menos esa rama de la electrónica quedó absorbido y vulgarizado por la New Age; la música de superhombres y semidioses fue brutal y saludablemente derrocada por el punk y luego reciclada acorde a los tiempos que corren y absorbida por las leyes del mercado. Esta nueva edición de Tubular Bells, cuyos sonidos ya no sorprenden a nadie y ni siquiera tienen la pátina sepia de lo anticuado, sólo puede entenderse como una parodia posmoderna, una especie de gran chiste de Oldfield. Una vez más, los sueños fastuosos del pasado se reducen a esta realidad módica del presente, los colores extrasensoriales ahora se ven por la televisión, y la invocación a la inocencia perdida que algunos oirán en los entresijos barrocos de Tubular Bells tiene un regusto agrio.

NEW AGE: COMO QUIEN OYE LLOVER

Lo que para algunos es una “dulce conspiración”, para otros una amenaza a las religiones establecidas, una suerte de ocultismo benigno, y para muchos más sólo un conjunto de pautas de consumo “inteligente” con una pátina de búsqueda individual del bienestar y de conexión “holística” con el “cosmos”, la New Age es un fenómeno cambiante e inasible. Es probable que tenga que ver con la pérdida de eficacia de los grandes relatos (las ideologías, la religión) para explicar el mundo y el desamparo consiguiente, y también con los temores milenaristas, las amenazas terribles de un milenio que al igual que el siglo XX, parece no querer acabar nunca.
Como un comienzo impreciso de definición, podría decirse que la New Age (o nuevo paradigma) es un vasto movimiento colectivo que se desarrolló tanto en Europa como en los Estados Unidos, basado en la espera de una nueva “Era de Acuario”, con una concepción holística y global de la realidad como un ecosistema de relación equivalente y unitaria con lo divino. Como práctica de consumo (y también en otros niveles) es posible relacionar la New Age con la globalización, en el sentido de que ambas cosas comparten una apreciación cortés y superficial de las culturas alternativas (o políticamente periféricas) para luego absorberlas en una visión, en el fondo, absorbente y etnocéntrica. Lo mismo pasa con la música, como lo testimonian algunos de sus subgéneros (New Flamenco).
Como la ideología que la sustenta, que toma superficialmente lo que le conviene de otros credos y sistemas filosóficos, la música New Age se convierte en algo multiforme que lleva a confusiones. Durante mucho tiempo, las novedades como los sonidos ambient de Brian Eno, el minimalismo textural de Philip Glass, o el atmosférico jazz de Oregon caían bajo esa denominación. Pero la New Age es otra cosa, y su imprecisión estilística se contrapone a una precisión objetiva: un medio, un camino de unión, de meditación. Parece que todo empezó con las grabaciones instrumentales y solistas George Winston y William Ackerman para el sello Windham Hill (hoy máximo exponente del género). La revista Billboard, al no saber qué etiqueta ponerle al disco de Winston, lo definió como New Age. Winston empezó a producir más discos similares y la cosa creció. En la actualidad hay alrededor de 200 sellos discográficos en los EE.UU. solamente que se dedican a este género. Muchos sostienen que la New Age como ideología filosófica está acabada; incluso varios de sus pioneros han renegado de ella; lo que queda es el producto de consumo, el negocio.
“Música de ascensores, “empapelado auditivo”, la música New Age es fácil, sin aristas, sin desafíos, armonía pura, arritmia, muchas veces sin melodía, un fluir que no altera el entorno ni interrumpe el pensamiento. Cierta literatura new age presenta postulados “científicos” bajo la forma de novela, es decir, la misma insistencia en el fluir de la narración y en el no pensar. Pensada con un objetivo claro, la meditación, con sus concomitantes ampliaciones de la conciencia y fusión con el entorno, la música new age deja de ser un objeto de creación artística para convertirse en algo utilitario, una especie de electrodoméstico. Así, dan más o menos lo mismo los cantos gregorianos electroactualizados, las reversiones light de Bach, los sonidos seudoétnicos de Kitaro o Liebert que los cantos de pájaros o las olas de mar. La música New Age, finalmente, se escucha como quien oye llover.

Wednesday, February 14, 2007

Palimpsesto

Dentro de los cambios que trae y traerá Internet, cabe suponer que el concepto que más peligro corre es la idea de un autor que represente, con su nombre, el origen primero y absoluto de una obra de arte o una información, concepto, por otra parte, bastante moderno y discutible en la historia cultural del mundo.
Ya hace tiempo que los semióticos hablan de discursos que ocultan, entre sus palabras, innumerables discursos previos. Podría decirse que una obra discursiva no existe por sí sola, sino que es parte de un infinito discurso en el que cada texto tiene huellas de los anteriores y deja huellas en los siguientes. De esa forma, el concepto de autor original siempre fue, como mínimo, precario. Internet, con su particular capacidad de poner en escena toda clase de mitos, nociones y contradicciones culturales, nos proporciona varias ilustraciones prácticas de la delgadez de ese concepto de autoría. Los wikis, por ejemplo, esos sitios web en los que los usuarios pueden añadir, quitar o editar de cualquier manera el contenido, no son más, en realidad, que una aplicación autorizada de la apropiación de la obra por parte de sus destinatarios. En un paso más allá, el interesantísimo músico Beck, que considera que el futuro de un álbum musical pasa porque tanto artistas como público lo escuchen, lo desarmen y lo reconstruyan, empezó concretando su idea en el disco múltiple (o infinito) Güero y ahora sueña con poner un álbum en Internet para que los oyentes lo mezclen y lo editen. En los primeros siglos de nuestra era, y con el objetivo manifiesto de ahorrar superficie de escritura (pero también como modo de censura), algunos textos se borraban y se les escribía otros encima, en una técnica llamada «palimpsesto». Los discursos que circulan en Internet pueden entenderse como un gran palimpsesto en proceso constante e interminable de reescritura, donde el autor es una entelequia y la obra sólo está lista, y precariamente, en el momento de la escucha.

Quiero tener un millón de amigos (y así más fuerte poder cantar)

En los apocalípticos ochenta, alguien acuñó el concepto de «bunker tecnológico», una casa donde todo se hiciera desde el mismo y protegido lugar, del que jamás saldríamos, por miedo de un «afuera» plagado de peligros. Las primeras y básicas aplicaciones de internet apuntaban a ese concepto: comprar, trabajar e incluso relacionarnos sexualmente (¿qué se hizo de los futuristas hologramas de cuerpos perfectos con que nos inundaron ciertas películas?) con un clic. La contrapartida lúgubre de esta premisa era, claro, la soledad.
Pero el ser humano actual y occidental es gregario. Todos, como diría el tema de Roberto Carlos que hoy sirve para vender móviles, queremos tener un millón de amigos «y así más fuerte poder cantar». Y la internet, con su recién descubierta e ilimitada capacidad de expansión «horizontal» (es decir, de usuario a usuario, saltándose jerarquías piramidales) parece acabar de dar en el clavo de lo que la gente realmente desea con el concepto de redes sociales. Ya lo sabemos: podemos ser dueños de nuestro propio medio de comunicación, protagonista de nuestro propio libro, pero en el fondo lo que queremos es un montón de amigos.
Aquellas redes con un objetivo laboral o económico, como Linked In o la local Neurona no funcionan del todo, porque están formadas por muchos indios que buscan ser caciques en un mundo donde las oportunidades escasean. Además, en especial en la Europa meridional, el contacto personal, las recomendaciones y acomodos siguen valiendo más que la fría eficiencia de los currículums. Lo que funcionan son las redes que son un fin en sí mismo; si luego resulta que genera audiencia para bandas ignotas, como en el caso de MySpace, eso es un beneficio secundario. Lo que queremos es constatar que estamos allí con todos ellos; saber que, a pesar de todo, no estamos solos.

Pasión de multitudes

Durante años, quienes no encontraban excesivo placer en el fútbol o directamente estaban en contra de él sufrían en silencio. Especialmente en épocas de mundiales, donde la versión módica de las cuestiones identitarias y de pertenencia que se juegan en los equipos tradicionales adquiere, de pronto, dimensiones tremebundas y amenazadoras. Cuando en cada bar o sitio de reunión del planeta todos alzan la cabeza con la boca abierta hacia un televisor que emite siempre imágenes muy parecidas, el mundo puede convertirse en un lugar deprimente y solitario para los que no pueden o no quieren dejarse hipnotizar.
Pero no están solos. El actor y provocador Leo Bassi, autoproclamado “líder de la liga antifútbol”, tiene una página (http://www.leobassi.com/futbol/indexm.html) donde propone acciones concretas para luchar contra “esta plaga que nos infecta”. Por su parte, el escritor Alber Vázquez denuncia en su blog la terrible presión mediática que ha recibido por ser varón, joven y saludable, y no gustarle el fútbol (http://www.deabruak.com/maquina/archivos/000019.html). Tanto yahoo como ya.com tienen sus foros antifútbol, que denuncian “la esclavitud mental” que representa este deporte y, fuera de España, están “The soccer sucks page” (http://home.no.net/bernt/soccer/logo.html) donde se propone quemar un balón para hacerle un favor a mundo, entre otras. Un poco más seria es www.sportssuck.org, del “Club internacional contra los deportes”, que cita a H. L Mencken y se basa en la historia del fútbol europeo para justificar su desprecio por la disciplina en cuestión.
Todo, hasta la pasión de multitudes, tiene su reverso, y ahora, ante el inminente mundial que lo cubrirá todo de fútbol como un tsunami, la red puede ser uno de los pocos espacios donde las voces solitarias puedan expresarse sin miedo al ostracismo.

Todos somos emisores

Nicholas Negroponte dijo una vez que los intentos de los gobiernos por controlar la red estaban tan desorientados como una convención de monjas analizando arte erótico. El cambio más importante que traía internet al concepto de comunicación masiva era la dispersión y la inmediatez de la emisión. A diferencia de lo que ocurre con los medios masivos tradicionales, con Internet todos podríamos ser a la vez receptores y emisores, en una verdadera –e incensurable-- democracia de la comunicación. Más adelante, esta fe en la democracia de internet quedó bastante matizada. Los sistemas de construcción de páginas eran caros, poco accesibles y por otra parte las grandes corporaciones tenían más poder económico necesario para acarrear “tráfico”. La internet parecía que era incapaz de otra cosa que no fuera reflejar en su universo bidimensional las desigualdades e injusticias del mundo real.
Los blogs y sus múltiples posibilidades reflotaron aquella fe que nunca se perdió del todo. Tanto los sobrevivientes de una catástrofe que descargan su horror en un blog como los soldados invasores que dan testimonio (con fotos, pelos y señales) de su visión distinta de la guerra destronan el concepto de “mensaje oficial” y hoy parece que es cierto, todos somos, en potencia y con una facilidad cada vez mayor, emisores.
El mismo Negroponte vaticinó que, como en el peor de los totalitarismos, pasaría a penalizarse más la recepción que la emisión. Desde las historias de terror de equipos swat invadiendo casas particulares para llevarse ordenadores por los que pudieran haber pasado imágenes prohibidas hasta las genuflexiones de Google y Yahoo al poderío económico de China, los intentos de control, que por ahora son burdos, toscos, mayormente inútiles y que recuerdan mucho al clero en su relación con el erotismo, no cejan. La censura, como la red, no se queda quieta, y no hay que bajar la guardia.

el blog sin atributos

A un conocido escritor le ocurrió algo que bien puede describirse como la última de las pesadillas modernas: alguien, un innombrable e innominado, hizo un blog y lo bautizó con su nombre. Redactado de una manera que intentaba torpemente parodiar la riqueza del estilo de ese escritor, con textos que eran una glorificación de la banalidad y la estupidez, el blog hace tiempo que dejó de actualizarse pero sigue allí, como una presencia insignificante pero molesta. Lo peor, sin embargo, son los comentarios de algunos visitantes que aprovecharon ese canal para atacar al escritor con insultos y vilezas.
En la blogósfera uno puede ser como quiera, dejar sus defectos del otro lado y darle a la personalidad todos los atractivos que le faltan en el pesado mundo real. Si bien sería exagerado proclamar que cada blog es un mundo, sí podría decirse que cada blog es una representación de un microuniverso ideal cuyas reglas son las que nosotros somos capaces de sostener y, lo más importante, que genera sus propias relaciones. Un blog puede ser tan olvidable como una gota en el mar, o atraer, con las buenas y las malas artes de la seducción, el tan ansiado «tráfico». Son muchos los escritores que tienen blogs genuinos, donde establecen un diálogo más o menos serio y más o menos verdadero con lectores, conformando algo así como un espacio de acercamiento, como el reconocimiento de un «otro», destinatario de su literatura, o incluso como una especie de salida, por imperfecta que sea, al dilema de la falta público en el mundo real.
Aunque la personalidad revelada en un blog es siempre falsa, o, como mínimo, subjetiva y adornada, también está sostenida por una persona verdadera. Pero esta página apócrifa, un verdadero blog sin atributos, no oculta otra cosa que su falsedad, detrás de la cual no hay nada.

De diccionarios

En sus aventuras al otro lado del espejo, Alicia conoce a un personaje llamado Humpty Dumpty. En el diálogo que se sucede entre ambos no tarda en presentarse la cuestión del capricho y la falta de criterio con que el arrogante personaje atribuye significados a las palabras. «La cuestión –dice Alicia— es si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes». «La cuestión –responde Humpty Dumpty— es quién manda». Desde los antiquísimos diccionarios sirios hasta la enciclopedia británica, desde el De Significatu Verborum hasta el cuestionable Diccionario Panhispánico de Dudas, da la impresión de que estos compendios del saber han estado siempre conectados a la ideología dominante. La palabra «zurdo», por ejemplo, se relaciona, según el María Moliner, con «desacertado», «no listo» y otros etcéteras, y en la película Malcolm X de Spike Lee, la cámara recorre, con lentillas de aproximación, las múltiples y tendenciosas definiciones de «negro» en una enciclopedia. Aún así, la mayoría aceptamos mansamente a los diccionarios como la verdad revelada, sin preguntar nunca quiénes los han redactado, quiénes mandan en aquellas lejanas academias, y a qué ideología responden.
De allí el inconmensurable potencial revolucionario que tiene Wikipedia y uno de sus proyectos más recientes, el Wikcionario, un diccionario multilingüe en el que cualquiera puede añadir una definición o editar una existente. Este sistema abre la puerta a errores o incluso a falsedades malintencionadas, como ya ocurrió con la Wikipedia. Pero el control de los usuarios es constante, lo que no ocurre con los diccionarios de las academias, que también tienen errores y falsedades. Acercándose mucho al ideal que animó a los primeros defensores de Internet, el Wikcionario es la forma más democrática que existe de registrar y dar sentido a los meandros y mutaciones de un idioma. En los otros diccionarios, para los cuales la izquierda puede ser desacertada y los negros no reflejan la luz, la cuestión de «quién manda» sigue siendo fundamental.