Sunday, October 04, 2009

BEATLES REMASTERS




El martes 8 de septiembre había dos noticias principales en los diarios de Londres. La primera, el enjuiciamiento de un grupo terrorista que había planeado explotar varios aviones en vuelo. La segunda, la nueva edición remasterizada de todos los discos de The Beatles, acompañada de un importante videojuego. Durante todo ese día, The Beatles compitieron codo a codo con los terroristas en las primeras planas de los periódicos, en los noticiarios y talk shows televisivos. Pero en la calle ganaron por goleada: los fabulosos cuatro sonreían en tiendas de discos, en librerías, contagiaban su espíritu a toda la ciudad. Y todavía faltaba un día: el lanzamiento oficial fue el 9 del 9 de 2009. Más o menos cuarenta años después de la última grabación en estudio de esos jóvenes de clase trabajadora de Liverpool que, según Robert Fripp, fueron escogidos por La Música para ser Sus intérpretes.
En esos cuarenta años el mundo, nuestro mundo, se hizo adulto de la peor manera posible, esa que equipara madurez con desilusión, cinismo, desencanto. El siglo pasado dejó el regusto amargo de nuevas y más avanzadas guerras, nuevas y más letales pestes, nuevas y más poderosas tecnologías de transmisión de sonido cuyo resultado es el acceso indiscriminado a toda clase de arte, la pérdida de importancia de la fidelidad y la consiguiente pérdida de valor representacional de la música. En muchos sentidos un disco vale mucho menos que antes. Contra todo eso, de pronto, aparecen, una vez más, The Beatles.
Por supuesto que hay mucho de desesperada maniobra de marketing detrás de todo esto: las múltiples versiones de esta nueva remasterización (lujosa caja negra con las grabaciones en mono; lujosa caja blanca con las grabaciones en estéreo; los discos individuales en estéreo, a precios altos y escandalosamente más caros en España que en Gran Bretaña o Estados Unidos) hablan de una compañía discográfica que se aferra a este lanzamiento como a una última tabla de salvación en un mar infestado de funestos presagios y muy reales naufragios. Hay, también, una necesidad real: los CD antiguos de The Beatles ofrecían un sonido plano y pobre, y de hecho, en Internet existen grupos, el más famoso de ellos llamado Purple Chicks, que vienen ofreciendo gratuita (e ilegalmente) versiones con sonido muy mejorado y tomas inéditas de todos esos discos. Atribuir el impacto de esta campaña exclusivamente a una estrategia crematística de EMI es igual de ingenuo y reduccionista que no calcular que en poco tiempo más la tecnología mejorará y tendremos una nueva versión aún mejor, tal vez con sonido tridimensional, con alucinantes visiones holográficas. The Beatles parece la banda indicada para superar todo eso, que representa, claro, el paso del tiempo.
En los últimos cuarenta años se ha escrito mucho sobre esa música tan resistente al tiempo, sobre su aparente sencillez, sus cambios, sus innovaciones; se ha puesto énfasis en su eterna frescura, en la vibrante excitación que transmite. Pero tal vez el secreto sea más sencillo: resulta que las canciones de The Beatles te hacen sentir bien; eso es más obvio en los primeros discos, pero también se cumple en los últimos; incluso en las alienaciones y angustias lisérgicas de temas como Helter Skelter, Yer Blues, Happines is a Warm Gun, I’m so Tired, Don’t Let Me Down, en la tristeza de Julia, en la ira desesperada de I’m Down o Revolution, The Beatles transmiten un bienestar, por complejo y contradictorio que sea, que ninguno de sus miembros consiguió emular en sus carreras solistas. Y es esa promesa, siempre cumplida, de bienestar, lo que se nos ofrece en versión remasterizada. Por eso el personaje encarnado por Tommy Lee Jones en la película Hombres de negro, al enterarse de la existencia de una nueva tecnología sonora, dice: «Otra vez tendré que comprarme el Álbum Blanco».
En febrero de 1964, The Beatles aparecieron en el Ed Sullivan Show de Estados Unidos. Con una audiencia calculada en más de setenta millones de personas, según una difundida leyenda no hubo denuncias de delitos durante su actuación. «Hasta los criminales pararon diez minutos», dijo años más tarde George Harrison. El último 9 de septiembre, un delirante secuestró un avión en México y habló de una fecha maligna (el 09/09/09, que gracias a una lógica alcohólica, podía leerse como el reverso del 666, la cifra del diablo). Pero ese mismo día The Beatles dejaron muy atrás al secuestrador y al diablo en las noticias. Durante un momento que sabrá a poco, han vuelto a ganarle la batalla a la Bestia, han regresado a este mundo de terroristas y pandemias, este mundo que se ha hecho adulto de la peor manera, ofreciendo sus remasterizadas canciones ya no como un antídoto de nada (estamos grandes para eso), pero sí como un alivio, un momento de respiro, de bienestar teñido de nostalgia por aquellos tiempos en que creíamos que alguna vez seríamos felices.




Publicado en ABCD

Thursday, February 19, 2009

EL CLÁSICO PERDIDO




En un tiempo en que es tan fácil llenar las horas y la biblioteca personal con ingentes cantidades de música, que un disco se clave con insistencia en la memoria es algo poco común. Si ese disco nos suena como si lo hubiéramos estado esperando toda la vida, como si cada una de sus notas hiciera vibrar alguna parte oculta, de nuestros recuerdos, si ese disco es capaz de transformar y colorear el paisaje que nos rodea dándole su propia atmósfera, y si encima es un disco de pop, entonces estamos frente a algo muy parecido a un milagro. Para un puñado de personas que se pasan el dato como si fuera un código secreto y hasta peligroso, como si una obra tan desvergonzadamente anclada en la belleza fuera casi una sustancia controlada de consumo ilegal, ese disco se llama The Opiates (Revised), firmado por Thomas Feiner y la banda Anywhen. Pero resulta que no es ilegal, y que desde hace unos meses está distribuido en España.
Formada en 1989 en Suecia y liderada por Feiner, un cantante extraordinario, la banda Anywhen dio pocos conciertos y produjo apenas tres discos: los dos primeros no pasaron a la historia. El tercero, The Opiates, tardó dos años en grabarse y disolvió, literalmente, a la formación. De hecho, el resultado final es casi un disco solista de Feiner, un surtido de canciones sobre el amor, la mentira y la decepción cargadas de una especie de melancolía atmosférica y otoñal, y surcadas por la voz ronca y susurrante de Feiner, una especie de Nick Cave con los bordes limados o un David Sylvian más rugoso. Siete años después de su autoedición del 2001, fue justamente David Sylvian quien, quizá fascinado por el parecido, rastreó a Feiner y lo invitó a reeditar su opiácea obra, a la que se añadieron nuevas canciones. Sylvian calificó el disco de «clásico perdido» y suena exactamente a eso, desde su fascinante producción, la inmensa cantidad de colaboradores, incluyendo la orquesta sinfónica de la Radio de Varsovia, hasta la gran cantidad de lecturas que permite, sin olvidar el gesto intelectual de poner a Jean Cocteau fumando opio en la portada. Este Opiates revisado no se ancla en el pasado; sin embargo, la profundidad de sus canciones, su deliberada inmersión en la tristeza y en la intelectualidad, esa búsqueda constante de la belleza a fuerza de acumular sonidos y texturas, pueden ser algunas de los elementos que justifican el calificativo de clásico, en el sentido de algo que estuvo siempre ahí, y que ahora, por suerte, se nos presenta para que la redescubramos y constatemos que hubo una época en que la que el placer podía ser menos culpable, menos distante, que ahora.
Publicado en ABCD - Febrero de 2009