Monday, March 03, 2008

EL INFIERNO SOMOS NOSOTROS

Neologismos como «phishing» o «farming» representan uno de los principales temores que acucian a la sociedad post-internet: el riesgo de alguien robe datos «sensibles», dando lugar a problemas que van desde las molestias publicitarias y el marketing viral a que desvalijen nuestras cuentas o que usen nuestros ordenadores, esas elegantes extensiones de nuestro ser físico y sexual, y los conviertan en «zombies» para fines inconfesables. Lo que tememos es que nos quite el control un «gran hermano» perverso y polimorfo que ni siquiera finge buscar el bien común.
Aunque también puede ser que el verdadero enemigo en esta guerra seamos nosotros mismos, y no sólo a través de actitudes adjudicables a la estupidez o al descuido, como volcar nuestros datos en páginas poco fiables, mandar mails a decenas de personas haciendo constar su dirección, o abstenernos de rechazar el privilegio que se arrogan las empresas de vender nuestra información al mejor postor. Sino porque nos cuesta ceder a la tentación de divulgar toda la información sobre nosotros que creemos que le puede interesar a alguien. Son incontables las páginas en que desplegamos miserias y compartimos nuestros gustos en música, cine o desodorantes; son incontables las personas que nos muestran sus fotos más íntimas, nos refriegan sus tropiezos, nos hacen espectadores de sus miradas al espejo. La internet, en definitiva, generó en nosotros unas falsas ilusiones cuya combinatoria, como la de la ilusión de la comunicación sumada a la de compartir, trae consecuencias como ésta.
Quizá el principal problema no sea que nos espían, sino que nosotros queremos que nos espíen, que nos miren, ser el objeto de la atención de alguien, de cualquiera y por la razón que sea. Con tal de aparecer aunque sea un momento en el escenario al que todos los otros miran, cedemos alegremente nuestro derecho a la intimidad.

Publicado en la sección "Internet" del suplemento cultural ABCD en las Artes y en las Letras - Feb. 2008

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