BEATLES REMASTERS
En esos cuarenta años el mundo, nuestro mundo, se hizo adulto de la peor manera posible, esa que equipara madurez con desilusión, cinismo, desencanto. El siglo pasado dejó el regusto amargo de nuevas y más avanzadas guerras, nuevas y más letales pestes, nuevas y más poderosas tecnologías de transmisión de sonido cuyo resultado es el acceso indiscriminado a toda clase de arte, la pérdida de importancia de la fidelidad y la consiguiente pérdida de valor representacional de la música. En muchos sentidos un disco vale mucho menos que antes. Contra todo eso, de pronto, aparecen, una vez más, The Beatles.
Por supuesto que hay mucho de desesperada maniobra de marketing detrás de todo esto: las múltiples versiones de esta nueva remasterización (lujosa caja negra con las grabaciones en mono; lujosa caja blanca con las grabaciones en estéreo; los discos individuales en estéreo, a precios altos y escandalosamente más caros en España que en Gran Bretaña o Estados Unidos) hablan de una compañía discográfica que se aferra a este lanzamiento como a una última tabla de salvación en un mar infestado de funestos presagios y muy reales naufragios. Hay, también, una necesidad real: los CD antiguos de The Beatles ofrecían un sonido plano y pobre, y de hecho, en Internet existen grupos, el más famoso de ellos llamado Purple Chicks, que vienen ofreciendo gratuita (e ilegalmente) versiones con sonido muy mejorado y tomas inéditas de todos esos discos. Atribuir el impacto de esta campaña exclusivamente a una estrategia crematística de EMI es igual de ingenuo y reduccionista que no calcular que en poco tiempo más la tecnología mejorará y tendremos una nueva versión aún mejor, tal vez con sonido tridimensional, con alucinantes visiones holográficas. The Beatles parece la banda indicada para superar todo eso, que representa, claro, el paso del tiempo.
En los últimos cuarenta años se ha escrito mucho sobre esa música tan resistente al tiempo, sobre su aparente sencillez, sus cambios, sus innovaciones; se ha puesto énfasis en su eterna frescura, en la vibrante excitación que transmite. Pero tal vez el secreto sea más sencillo: resulta que las canciones de The Beatles te hacen sentir bien; eso es más obvio en los primeros discos, pero también se cumple en los últimos; incluso en las alienaciones y angustias lisérgicas de temas como Helter Skelter, Yer Blues, Happines is a Warm Gun, I’m so Tired, Don’t Let Me Down, en la tristeza de Julia, en la ira desesperada de I’m Down o Revolution, The Beatles transmiten un bienestar, por complejo y contradictorio que sea, que ninguno de sus miembros consiguió emular en sus carreras solistas. Y es esa promesa, siempre cumplida, de bienestar, lo que se nos ofrece en versión remasterizada. Por eso el personaje encarnado por Tommy Lee Jones en la película Hombres de negro, al enterarse de la existencia de una nueva tecnología sonora, dice: «Otra vez tendré que comprarme el Álbum Blanco».
En febrero de 1964, The Beatles aparecieron en el Ed Sullivan Show de Estados Unidos. Con una audiencia calculada en más de setenta millones de personas, según una difundida leyenda no hubo denuncias de delitos durante su actuación. «Hasta los criminales pararon diez minutos», dijo años más tarde George Harrison. El último 9 de septiembre, un delirante secuestró un avión en México y habló de una fecha maligna (el 09/09/09, que gracias a una lógica alcohólica, podía leerse como el reverso del 666, la cifra del diablo). Pero ese mismo día The Beatles dejaron muy atrás al secuestrador y al diablo en las noticias. Durante un momento que sabrá a poco, han vuelto a ganarle la batalla a la Bestia, han regresado a este mundo de terroristas y pandemias, este mundo que se ha hecho adulto de la peor manera, ofreciendo sus remasterizadas canciones ya no como un antídoto de nada (estamos grandes para eso), pero sí como un alivio, un momento de respiro, de bienestar teñido de nostalgia por aquellos tiempos en que creíamos que alguna vez seríamos felices.