Saturday, March 24, 2007

EL AFÁN DE COMPARTIR

Hoy en día, Google, gracias a su idea de digitalizarlo todo y ser la biblioteca que acabará con todas las bibliotecas, es uno de los grandes villanos para los que defienden, con algo de sensatez y bastante de histeria, los derechos de autor o mejor dicho los de la industria editorial. Buscadores, universidades que digitalizan sus bibliotecas para sus alumnos, y otras instituciones «legítimas» son el blanco de su ira. Omiten mencionar lo que ocurre en el universo subterráneo de los sistemas P2P. A pesar de que se los conoce mayormente como un sistema para cambiar discos y películas, existe también un activo intercambio de libros mediante programas como el Mirc, un antiestético y primitivo cliente de chat utilizado por comunidades virtuales cuya única función es hacer copias digitales de libros y regalárselas a quien las pida. Así de simple: uno pide el título y el autor, y en pocos minutos recibe el link de descarga. Sin siquiera dar las gracias.

Aquellos a cuyo sentido de justicia ofende este intercambio deberían, antes de atacar al bulto, preguntarse por los motivos de todo esto. ¿Por qué alguien se tomaría el tedioso trabajo de digitalizar un libro y esperar que otro se lo pida? En el Mirc todos son anónimos, no hay dinero de por medio, la mayoría son leechers (sanguijuelas, que toman pero no dan) y también queda descartado el éxito sexual o social en la vida concreta. ¿Será para oponerse a la tiranía de la industria cultural? ¿Para sentirse útiles, revolucionarios, para cambiar algo? ¿O sólo por el afán de compartir? Autores, traductores, libreros y todos los que están en el medio son víctimas de este intercambio y eso está mal, pero cabría también preguntarse por qué ciertos elementos culturales, o la cultura en sí misma, encuentran siempre algún canal para difundirse. En especial los libros, ese extraño objeto autosuficiente cuya muerte se ha decretado tantas veces y que sigue ahí, no tan efímero, testigo de nuestro breve tránsito por el mundo.

Publicado en mi columna "Al otro lado del espejo" de la sección Internet del suplemento cultural ABCD las Artes y las Letras de hoy, sábado 24 de marzo de 2007, aniversario de infausta memoria.

Monday, March 12, 2007

EL DERECHO A LA COPIA

Artículo publicado el 8 de abril de 2006 en la columna "El otro lado del espejo" de la sección Internet del suplemento cultural ABCD en las artes y en las letras.

En los remotos tiempos del vinilo y la adolescencia, cuando alguno de nuestros amigos se compraba un disco nuevo, era bastante habitual que nos juntáramos todos en su casa y, después de escucharlo, nos hiciéramos copias en cinta. Hoy en día, todo aquello, bajo los inquietantes conceptos de piratería o copia ilegal, se ha convertido en algo terrible, en un grave delito contra los pobres artistas que en teoría dejan de cobrar.

Pero son las empresas, muchas de las cuáles, casualmente, también producen los discos vírgenes, los aparatos para escuchar mp3 y los ordenadores, las que «pierden» con las copias ilegales. Todas estas campañas «antipiratería» parecen, más bien, el intento de empresas (que sí actúan como verdaderos piratas) y de algunos gobiernos (que actúan con malicia o con estupidez) de sacar más dinero a la gente, en una cadena interminable de codicia e inmoralidad.

En Francia se multa con unos 150 euros a los que intercambian archivos; en México esa multa será de mil salarios mínimos; en Estados Unidos se habla de mil dólares por canción. Al parecer en España, en un infrecuente acto de sensatez, se reconoce el derecho a la copia privada.

Los títulos o secciones del código penal de una sociedad revelan los valores de esa sociedad y el orden de importancia de los mismos. Delitos contra la vida, contra la propiedad, contra el orden público equivalen a delitos contra aquello que la sociedad más valora.

Por eso, una multa, ya sea moderada o excesiva, por el intercambio de archivos es una normativa salvaje e inmoral que no defiende la propiedad intelectual, y ni siquiera la propiedad privada, sino la propiedad empresarial, el derecho de las empresas a ganar más dinero, a costa de otros valores sociales como la intimidad, como el derecho a que no espíen en nuestros ordenadores, a que no se nos metan en casa.

Saturday, March 10, 2007

FONTCUBERTA Y LA INFORMACIÓN

Antes de Internet, había quienes hacían el ejercicio de comparar el tratamiento de la misma noticia en dos diarios distintos para poner en escena las manipulaciones de siempre. Ese ejercicio, un necesario pero impopular esfuerzo para contrarrestar la tendencia a tomar como verdad todo lo publicado en los medios, dejó de tener sentido con la aparición de la web. Si antes la mirada inocente de las representaciones era peligrosa y estúpida, con internet y su multiplicidad de fuentes se volvió imposible. Por fin supimos que todo era infinitamente manipulable, que entre la realidad y nosotros había una opaca maraña de discursos contradictorios que nos llevaría la vida desentrañar. Mientras algunos caían agobiados por este exceso de información, para otros se convirtió en motivo de reflexión y, en el caso de Joan Fontcuberta, en prometedor material para su trabajo.
Cuando ese gran artificiero y artífice desactiva los mecanismos de la verdad y de la mentira, formando un payaso con imágenes del Congreso, cuando nos enseña fotos prohibidas de aquel cosmonauta perdido en el espacio y, además de proporcionarnos el regocijo de que algún seudoperiodista incauto mordiera el anzuelo, nos cuenta un cuento que es un ensayo perfecto de la melancolía teñida de humor, cuando uno de sus monjes perdidos hace surf en blanco y negro o cuando Jesús se pone la capa de Superman para adaptarse a los tiempos que corren, Fontcuberta nos está diciendo que todo depende del cristal con que se lo mire, desde luego, pero también que perder la inocencia no es ser cínico ni triste, que tal vez la realidad no se pueda alcanzar pero que siempre podemos jugar con ella y, finalmente, que el mundo que nos muestran no es más posible –y probablemente sí bastante peor— que el que él se inventó para nuestra fortuna y nuestra alegría. Démosle gracias.

Publicado con el título de "El cristal con que se mire" en mi columna "El otro lado del espejo" de la sección Internet del suplemento cultural ABCD en las Artes y en las Letras - Febrero 2007